Gonzalo Rojas, un eterno aprendiz de la poesía

"Soy partidario de la lozanía y no de la altanería de ninguna especie ni profesoral ni literaria ni nada. Aprendices, aprendices, aprendices... todos somos aprendices", dijo hace un par de años Gonzalo Rojas a un diario de su país. Estoy seguro de que no fue falsa modestia. Quienes tuvimos el privilegio de ser sus discípulos, de compartir el sueño posible de desentrañar el oficio de las imágenes y las metáforas en aquellas nutridas mañanas de sábado en la Colina Universitaria, al aire libre, de los años setenta, sabemos que la humildad es un real sacerdocio en el alma de este poeta chileno, que acaba de ser proclamado Premio Cervantes 2003, el más importante galardón de las letras españolas.
Gonzalo había quedado varado en Cuba, donde se desempeñaba como encargado de negocios del Gobierno de Salvador Allende, a raíz de la asonada fascista del 11 de septiembre. Contribuyó a canalizar la vasta red de solidaridad que Cuba ofreció a las víctimas chilenas del fascismo y en sus ratos libres, que eran más bien escasos, solía reunirse con jóvenes poetas. Cuando del taller literario Roque Dalton, de la FEU, le solicitaron su concurso, Gonzalo accedió gustoso, pero dejó sentado lo siguiente: "No voy a enseñar, vamos a aprender juntos, pues nunca se termina de saber qué es la poesía".
Hablamos de un poeta nacido en Lebu hace 86 años. Él mismo ha contado cómo cuando tenía 15 "no tenía dinero y andaba vagando por las calles de esta ciudad que se llama Concepción de Chile, y me asomo a una librería y veo un tomo grueso y alto, con letras enormes como de Biblia, que me llamó tanto la atención que me puse a mirar por la vitrina y ahí mirando, mirando esas líneas me di cuenta que era un tesoro. (...) No percibía entonces que la imaginación tiene su modo de entender y que la sensibilidad tiene su modo de razonar. Por eso me deslumbró el libro y por ahí empezó la imantación de la obra de Neruda".
Con una firme vocación creativa se incorporó a partir de 1939 al grupo surrealista Mandrágora. En 1948 publica su primera colección de poemas, La miseria del hombre. A partir de ese momento vieron la luz más de una decena de poemarios, entre los que destacan Contra la muerte (1964), Del relámpago (1981), Desocupado lector (1990), Río turbio (1996), Metamorfosis de mí mismo (2000) y Diálogo con Ovidio (2001). Ha merecido el Premio de la Sociedad de Escritores de Chile, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1992), y el Premio José Hernández (1997), y el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo (1998). Pero muy en su corazón agradece siempre haber obtenido una mención en el Premio Casa y ser jurado del concurso de esa institución.
Como botón de muestra de su sensibilidad y hondura lírica, vayan los versos de Oscuridad hermosa: "Anoche te he tocado y te he sentido / sin que mi mano huyera más allá de mi mano, / sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído: / de un modo casi humano/ te he sentido. // Palpitante, / no sé si como sangre o como nube / errante, / por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube, / oscuridad que baja, corriste, centelleante. // Corriste por mi casa de madera / sus ventanas abriste / y te sentí latir la noche entera, / hija de los abismos, silenciosa, / guerrera, tan terrible, tan hermosa / que todo cuanto existe, / para mí, sin tu llama, no existiera."
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